sábado, 27 de febrero de 2016

El heroico trabucazo de Mella.


La acérrima impiedad de los negadores de todas las grandezas, de eso que en todas las edades extreman sus pasiones egoístas hasta negar al mismo Dios, han dado en la flor de propalar que no hubo tal disparo anunciador la noche memorable del 27 de Febrero de 1844. Y esa nefanda negación, que ya más de una vez ha alcanzado ser impresa, la extienden para decir también, y con ello esparcir dudas, que la bandera enarbolada en la Puerta del Conde la madrugada del 28 de Febrero fue la misma haitiana; que no existió el Juramento Trinitario; que el 30 de Marzo no se combatió en Santiago y que no hubo tal acción en Las Carreras.

Con propósito puramente difundidor vamos a reproducir, en lo que al trabucazo de Mella se refiere, sólidos y convincentes testimonios ante los cuales se desvanece toda duda.

De un testigo auricular. — Juchereau de Saint-Denys, cónsul de Francia en Santo Domingo, quien oyó el célebre disparo, escribe:

“El 27 en la noche fue el día fijado para esa audaz tentativa. La autoridad estaba en guardia (27); la inquietud era general, se esperaba, sin embargo, que el orden no sería turbado. El Vicario General (28), las personas más influyentes de la ciudad hicieron esfuerzos inútiles por llevar a esa juventud sentimientos más razonables. Ellos fueron inquebrantables, y, como lo habían anunciado, fue dada la señal a las 11 de la noche por un tiro de fusil disparado al aire” (29).

De un testigo ocular. — El trinitario don José María Serra y de Castro, testigo presencial del hecho, refiere:

“Creíamos que el número de los concurrentes sería mayor, pero desgraciadamente éramos muy pocos...

“Comprometida es la situación, dijo Mella, juguemos el todo por el todo; y disparó al aire su trabuco.

“Nos dirigimos a la Puerta del Conde, defendida por unos 25 hombres mandados por el teniente Martín Girón, quien nos entregó el fuerte como lo teníamos convenido (30). El tiro disparado por Mella nos hizo allegar gente de los que estaban comprometidos, e inmediatamente Manuel Jimenes, Manuel Cabral y D. Tomás Bobadilla, y algún otro, salieron en reclutamiento por los campos” (31).

De un profundo conocedor de nuestra Historia. — De don Manuel de Jesús Galván (1834-1910), uno de los más sobresalientes conocedores de nuestro pasado, es el siguiente escrito:

“Llegada la solemne hora, un pequeño grupo de patriotas aguardaba con ansiedad a los morosos en el apartado y solitario extremo de la ciudad denominado La Misericordia, al pie del fuete de San Gil. Los exactos a la cita se contaban con inquietud: faltaba el mayor número de los comprometidos en la empresa. Los conspiradores tienen siempre que contar esas cobardes deserciones en el momento supremo y crítico de la acción. Uno de los fieles llega al fin conmovido y jadeante... “Creo que todo está descubierto —dice—, una patrulla me ha perseguido, y he hecho un largo rodeo para llegar hasta aquí”... Estas palabras difunden recelo en los pocos oyentes; ya alguno lleno de espanto, habla de retirarse a su casa y desistir del proyecto glorioso.

—“No”, contesta con firmeza una voz robusta y varonil, turbando sin precaución alguna el silencio nocturno. “Ya no es dado sin precaución alguna el silencio nocturno. “Ya no es dado retroceder: cobardes como valientes todos hemos de ir hasta el fin. “¡Viva la República Dominicana!”, dice, y una fragorosa detonación de su pedreñal acentúa el heroico grito.

“Nadie vacila ya; todos hacen abnegación de sus vidas y corren a ocupar la Puerta del Conde. El disparo audaz hecho por el intrépido Ramón Mella anunciaba al mundo el nacimiento de la República Dominicana” (32).

La personalidad de Mella. —Ramón Mella y Castillo, vástago de una familia de claro abolengo, como lo evidencia su genealogía, fue un ciudadano distinguido que supo mantenerse erguido durante todo el curso de su fecunda vida. Se distinguió desde los idas de la patriótica Sociedad Trinitaria, de la cual no fue miembro fundador, pero sí afiliado o comunicando. Figuró en primera línea como militar en la batalla de Las Carreras, en la cual estuvo en lo puestos de más peligro (33); como político y como militar en la gloriosa Revolución del 7 de Julio de 1857, codo con codo con Valverde, Espaillat, Bonó, Rojas... Como diplomático también se significó gallardamente al servicio de Duarte en Haití en 1843, y de Santana en España en 1854. Cuando la Restauración, de cuyo Gobierno Provisorio fue Ministro de la Guerra y Vicepresidente, su actuación fue de primer orden, preponderante. Hombre de ideas firmes y hasta radicales, cuando surgió la trastornada Matrícula de Segovia, primera manifestación del intervencionismo extraño en nuestra política interna (34), levantó la voz en una reunión en el Palacio de Gobierno y dijo: “Todo se remedia con envolver al cónsul Segovia en su bandera y devolverlo a la Madre Patria”. Cuando la Anexión a España iba a ser proclamada, se opuso enérgicamente a ella, fue encarcelado, y salió para el destierro, de donde regresó con las armas en las manos, cuando a su retiro de Santhomas llegaron los ecos gloriosos de Capotillo. Murió en Santiago, en plena contienda restauradora, el día 4 de junio de 1864, siendo Vicepresidente de la República en armas y Ministro de la Guerra. Fue un valiente que siempre desenvainó su espada en defensa de la Patria.

Una importante aclaración. — Es ya un punto averiguado, que Mella y Remigio del Castillo fueron al Seibo a llevarle a Santana el despacho de Jefe de las Fuerzas, designación hecha por don Tomás Bobadilla, quien de hecho actuó como cabeza del movimiento que dió por resultado el Pronunciamiento incruento del 27 de Febrero de 1844, siendo nombrado Presidente de la Junta Central Gubernativa, al instalarse ésta de conformidad con lo pactado en la Manifestación del 16 de Enero anterior, taimado documento que funge de Acta de Independencia. El historiador don José Gabriel García hablando del Pronunciamiento de la Puerta del Conde, dice que “citados para encontrase reunidos allí a las diez de la noche, acudieron sin vacilaciones ni temores, Francisco del Rosario Sánchez, Ramón Mella, Manuel Jimenes, Vicente Celestino Duarte, Tomás Bobadilla y José Joaquín Puello, a la cabeza de grupos parciales en que figuraban” numerosos conjurados. (Compendio de la Historia de Santo Domingo, tomo segundo, página 227). Es muy posible que cuando Mella llegó esa noche memorable a la Puerta de la Misericordia, en donde inmediatamente procedió a proclamar la República por medio de su entusiasta del pronunciamiento del Seibo, realizado en la madrugada de ese día por Pedro y Ramón Santana, y del de San José de los Llanos, consumado por Juan Ramírez, impulsado por Vicente Celestino Duarte en la tarde; y esa es la causa por la cual “José Cedano y tres seibanos más compañeros suyos” (García, Compendio..., tomo segundo, pág. 228), aparecen en la lista de los que, sin vacilaciones ni temores, acudieron a la magna cita de la Paria a la Puerta del Conde aquella noche luminosa. Eso saca verdadero a don Alejandro Angulo Guridi, quien hace la siguiente afirmación: “Los independientes de Santo Domingo no se pronunciaron en aquella capital sin haberse asegurado de que ambos (Pedro y Ramón Santana) secundarían el movimiento”. (Temas políticos. Santiago de Chile, 1891, tomo segundo, pág. 112).

Adiciones. — De los tres magnos patricios a cuyo esfuerzo nació la República el 27 de Febrero de 1844, del que menos se sabe es de Ramón Mella, el del decisivo y heroico trabucazo.

Mella fue de los primeros en sumarse al grupo de los trinitarios. No fue de los primeros en sumarse al grupo de los trinitarios. No fue de los fundadores de la célebre Sociedad La Trinitaria, pero llegó a ser por su actividad y su prestancia, uno de los más notables cooperadores de Duarte. Reunidos los conjurados el 27 de Febrero de 1844 en la plaza de la Misericordia, frente a la puerta que lleva que lleva ese nombre (en la calle Arzobispo Portes) como a las diez de la noche, hubo un momento en que la vacilación quiso apoderarse de los ánimos y posponer la realización del pronunciamiento; fue entonces cuando Mella, uno de los jefes principales, jugó el todo por el todo y disparó al aire su trabuco. Ese disparo que iluminó el nacimiento de la República, era la señal convenida de antemano por los patriotas. De ello hay hasta extraños testimonios: el del Cónsul de Francia, quien oyó el célebre disparo.

Mella fue uno de los presidentes de la Junta Central Gubernativa y durante toda su vida actuó y se distinguió siempre como un patriota.

Durante la campaña de 1849 cuando la terrible invasión de Soulouque, Mella actuó de una manera muy notable en los campos del Sur y corrió la suerte del ejercito desmoralizado con la retirada de Azua; pero cuando el General Santana entro en acción, se unió a sus tropas y de ahí que lograra vindicar su nombre de la retirada de Azua. En unos apuntes históricos debidos a la acuciosidad de son Juan Nepomuceno Tejera (1809-1883), curioso códice que conservamos en nuestro archivo, hablando de las disposiciones dictadas por el General Santana para la Batalla de Las Carreras, se consigna que “al General R. Mella lo mandó a ocupar con algunas gentes el Palmar de Ocoa para evitar cualquier tentativa de los haitianos por esa parte”.

Esa noticia viene a confirmar lo que en 1889 afirmó en profundo conocedor de nuestra historia patria hablando de la célebre Batalla de las Carreras: “Allí estuvo Mella en los puestos de más peligros”. (Controversia Histórica. Imprenta de García hermanos, S.D., 1890, pág. 46). Mella fue, uno de los héroes de la famosa batalla que salvó la República.

Como restaurador, fue también de los más sobresalientes. Fue Ministro de la Guerra y la muerte le sorprendió en el desempeño de esas funciones, en plena campaña restauradora. Concibió un plan de guerra de guerrillas, que dió el triunfo no solamente a la causa nacional, sino también a la antillana...

Como político y como diplomático el General Mella se significó también por su idoneidad y alteza de miras. Desde el triunfo de Las Carreras se unió al partido de Santana, de quien fue desde entonces querido y estimado. Ocupó ejemplarmente el Ministerio de Hacienda y Comercio y estuvo en España gestionando el reconocimiento de la Independencia nacional, como ha sido evidentemente comprobado. Durante la última Administración de Santana sirvió la Comandancia de Armas de Puerto Plata. “Los dos grandes soldados no se separaron sino cuando otra fatalidad, la Anexión española, señaló distintos rumbos al patriotismo de ambos”. (Controversia histórica, página 46). En enero de 1861, ya en la vigilia de la Anexión, Santana llamó a esta capital a todos los Comandantes de Armas para exponerles los planes. Hay testimonio e que Mella fue el único que protestó en dicha reunión, por lo cual fue destituído y encarcelado.

En el Gobierno de la Restauración estuvo siempre a la altura de su patriotismo y desde el 17 de marzo hasta el 4 de junio de 1864, día en que entregó su alma a Dios y su cuerpo a la tierra, ocupó la Vicepresidencia de la República. Fue siempre un hombre grande.