Los neurólogos tienen una explicación lógica y demostrable de por qué una persona comete un delito. Se basan en la biología humana para asegurar que, en la mayoría de los casos, se trata de la ausencia o afección del lóbulo frontal del cerebro que segrega el sentimiento y deja libre la puerta de la maldad, violencia e indiferencia ante el dolor ajeno.
Los psicólogos, a su vez, consideran que generalmente es una consecuencia de la falta de amor, estima y de valores éticos y morales. Los sociólogos lo atribuyen al medio precario en el que se desenvuelve una persona y a los malos ejemplos que observan en su entorno, que promueven la vida fácil, cómoda y protagónica.
La justicia lo llama errores que cometen los seres humanos producto de las circunstancias y trampas que les tendió la vida, pero que se pueden subsanar trabajando la conciencia para que reconsideren sus acciones dañinas en contra de otras personas, acepten sus culpas y tengan una segunda oportunidad.
Agentes policiales, en cambio, entienden que son adefesios humanos irrecuperables como entes productivos y sociales. Argumentan que cuando se ha infligido la ley no hay nada que hacer que no sea utilizar la represión y el castigo como ejemplo para que otros no sigan esos pasos.
La iglesia clama por el perdón a los que con sus malas acciones han cercenado la vida, la paz de sus semejantes, la de ellos mismos y de su comunidad. Promueve la ejecución de programas preventivos que los ayuden a ser mejores seres humanos y a tener una buena convivencia buscando otras alternativas a la pobreza, discriminación social y falta de oportunidades.
La sociedad siente que no puede hacer nada, lamenta y reacciona alarmada con los casos espeluznantes que se publican en los medios de comunicación o redes sociales. Muchas veces actúa de manera indiferente porque los ve como hechos aislados de su entorno, o de manera hiperactiva si el caso le ha tocado de cerca con algún pariente o amigo.
Los familiares de los victimarios están conscientes de lo que les ha tocado vivir por haber aprobado conductas insanas o permitido que en su seno se formara un delincuente, que si bien tendría la vida en un hilito era una alternativa para comer, vestir o disfrutar de algunas comodidades que de otra manera no hubiesen sido posibles.
Pero los familiares de las víctimas no entienden nada de lo que está pasando en esta sociedad. No encuentran explicación a las acciones delictivas ni quieren que nadie les diga nada. Simplemente no entienden por qué lo hacen.
La víctima, si queda viva, en medio de su impotencia, nervios y desequilibrio emocional se atreve a preguntar ¿Por qué a mí y no a otro?, como si otro hubiese podido escapar de aquella situación o sentir menor dolor, aflicción o tenido mayor valor para enfrentar al agresor.
Y ahora viene el plato fuerte. El victimario.
Nadie ha podido o ha tenido tiempo de preguntarle a su agresor por qué lo hace. Ni tampoco éste ha podido o tenido tiempo durante el robo, atraco, estafa, secuestro, homicidio, sicariato o violación sexual, de revelar los motivos y circunstancias de fuerza mayor que lo llevaron a ese escenario.
¿Qué pasa por la mente del delincuente antes, durante y después que ha cometido el hecho juzgado por la ley de Dios, de los hombres y de su ser interior?. ¿Cómo es que se llena de valor para planear un crimen, robo, atraco o secuestro? ¿Cómo se nubla la mente cuando le hablan de ganar dinero rápido y fácil con tan solo matar a una persona o transportar unos kilos de droga?
¿Cómo dicen que sí tan fácil? ¿Cómo convencen a otros para que entren a la banda? ¿Cómo duermen si acaba de ver los ojos brotados y desesperados de una persona sin más opciones que morir en sus manos? ¿Cómo viven y disfrutan de la vida si cada minuto que pasa es un susto ante el temor de ser descubiertos, atrapados por la Policía o asesinados por otros?
En esta investigación tratamos de llegar a su cerebro. Procuramos que sean ellos mismos quienes nos expliquen qué pasa en sus vidas y qué los lleva a escoger la opción del crimen y la delincuencia para obtener un “bienestar”. Escogimos a reclusos de las cárceles de Najayo ( hombres y mujeres), y de La Victoria que ya están condenados, la mayoría pasó por apelación y casación y no lograron evitar la sentencia penal. Sólo esperan por una aprobación a su petición de tiempo libre, libertad condicional a la mitad de la condena o cumplir la totalidad de ella.
Gracias a las gestiones de la Procuraduría General de la República, que los llama internos en su intento porque no se asuman como delincuentes sino como personas normales, y a las autoridades de la penitenciaría y centros de rehabilitación de personas en conflictos con la ley, pudimos hablar cara a cara con algunos de ellos.
Les dimos la oportunidad de contar sus historias, esas que quisieron revelar antes de pasar a la línea delictiva y nadie los escuchó. Pero más que nada buscando claves para la prevención y la protección. Procurando que sean ellos mismos quienes les digan a la sociedad cómo cuidarse de los potenciales atacantes de ancianos, niños, mujeres desprotegidas y personas con poderes adquisitivos o vulnerables. Y también cómo evitar que una persona caiga en el mundo de la delincuencia.
En esta serie que comienza hoy sacaremos a flote los motivos de sus fechorías, maldades, errores humanos o como se les quiera llamar, así como sus consejos de prevención a los ciudadanos, sus consideraciones sobre el núcleo familiar, sus peticiones al gobierno del presidente Danilo Medina que se instalará este 16 de agosto y su exhortación a los jóvenes que están a punto de caer...