La sabiduría popular es toda una escuela de la cual todos debemos aprender. Nuestro pueblo, ante tal o cual acontecer, sabe darle unas explicaciones, pero sobre todo unas expresiones musicales, rítmicas y de una profundidad que a veces espanta. Ya el gran filosófo y teólogo argentino Juan Carlos Escanonne decía, en América Latina no tenemos que buscar grandes teorías, a veces importadas y ajenas, para explicar nuestra realidad, el mejor camino es ir precisamente al gran universo cultural que se encuentra en nuestra sabiduría popular.
El pueblo no es tonto, aunque a veces se deje utilizar. Cuando un conglomerado de personas definido por una cultura, sabe verbalizar lo que sucede en su entorno, estamos ante alguien que sabe apropiar un pensamiento, darle forma y hacer participe del mismo a los que están a su alrededor y más. Esto es lo que de continuo sucede cuando en nuestro pueblo dominicano surgen una serie de expresiones y nombres, los cuales a veces son llevados de la mano del arte popular, en especial la música, y se da a conocer a todo el mundo lo que está pasando o lo que ha aparecido en medio del pueblo en ese momento, y eso ha ocurrido con el término “chapeadora”.
Desde hace un tiempo hacia acá, a raíz de la liberación femenina, y el derecho de la mujer a su libre determinación, unido a una baja en la dimensión ética y moral de los dominicanos, que ha llevado a una inversión de nuestra escala de valores, donde lo importante es tener más que ser, ha aparecido un tipo de mujer, en etapa joven o entrando en la madurez, dedicada a la caza de hombres bien posicionados económicamente, los cuales les proporcionan casa, pago de estudios, asistencia a la familia de ella, “yipeta” o carros modernos, teléfono movil, tarjeta o asistencia económica tarifada a cambio de días u horas de sexo a la semana.
Regularmente, la mayoría de los hombres demandadores de estos servicios son casados, maduros o entrados ya en la tercera edad. Este tipo de mujer resulta exigente y posesiva, a la vez que derrochadora, a tal punto que hay hombres que han perdido toda su fortuna, descuidado negocios y familia por darle carrera a los gustos y exigencias de ellas, hasta quedar sin nada, y de ahí el mote que hoy día se le dado a estas mujeres de “chapeadoras”.
Los nacidos en el campo y los que trabajan la agricultura, saben bien lo que es entre nosotros “chapear”, que es dejar la tierra limpia con un machete, con un “colín” o machete fino, o modernamente con las máquinas deshierbadoras. En lenguaje de pueblo: dejar pelado y sin nada los terrenos, pues tal parece que así ha sucedido y sucede actualmente. En medio del pueblo hay un grupo de mujeres que se dedican a la tarea de obtener dádivas económicas de un hombre, hasta que él ya no tenga nada que aportarles y le dejan.
A pesar de lo cómico y gracioso del término, la realidad es que todo esto denigra a la mujer, pues se trata de una prostitución disfrazada y revestida de legalidad. Es la versión moderna de la prostitución en la República Dominicana, pues entre una de estas mujeres, llamadas “chapeadoras” y una mujer, como dice el pueblo, que “se la busca” en una barra, carwash, en las avenidas Duarte o la Ovando de la Capital, o la Plaza Valerio de Santiago, no hay diferencias.
Por William Arias