lunes, 28 de julio de 2014

Grandes ceden ante El Salón de la Fama.


Frank Thomas sollozó, Joe Torre ofreció disculpas por omitir nombres en su discurso y Tony La Russa reconoció que se sentía nervioso.
El ser elevado al Salón de la Fama de béisbol puede causar tales efectos, inclusive en figuras tan connotadas.
Thomas, los lanzadores Tom Glavine y Greg Maddux, así como los pilotos Bobby Cox, Torre y La Russa fueron consagrados ayer domingo en el templo de los inmortales de las Grandes Ligas; todos rindieron un homenaje a sus familias ante una multitud de casi 50.000 admiradores.
“No tengo palabras. Gracias por tenerme en su club”, declaró Thomas, a quien embargó la emoción cuando recordó a su padre ya finado. “Señor Frank, sé que está viendo. Sé ciento por ciento que sin usted no estaría hoy aquí en Cooperstown. Usted siempre me guio, ‘puedes ser alguien especial si perseveras’. Guardé esas palabras en el corazón, papá”.

“Mamá, te agradezco todo tu amor de madre y tu apoyo. Estoy consciente de que no fue fácil”.
Thomas, de 46 años, el primer jugador elegido al Salón de la Fama que fue bateador designado más de la mitad de su periodo como jugador, acumuló promedio de .301, 521 jonrones y 1.704 carreras impulsadas en su trayectoria de 19 años, en su mayoría con los Medias Blancas de Chicago.
Es el único pelotero en la historia de las Grandes Ligas que registró en siete temporadas consecutivas promedio de .300, 20 jonrones, 100 impulsadas y 100 bases por bolas.
Torre, como piloto y diplomático, tranquilizó al más exigente de los dueños, George Steinbrenner, y conservó la calma en medio de la locura del Bronx mientras contenía a todos los egos después de asumir el timón del equipo en 1996.
La recompensa: 10 títulos de división, seis banderines de la Liga Americana y cuatro triunfos de la Serie Mundial en 12 años en los que restauró la imagen del equipo más triunfal del béisbol y la propia después de tres despidos.